DÉJÀ VU

En un rincón de un país de memoria despistada, malvive una mujer confinada en sus recuerdos. Mientras espera la llegada de un bebé del que nunca pudo despedirse, revive eternamente algunos de los episodios más dramáticos de su vida, acompañada de algunos de sus miedos, que con el paso de los años, ha convertido en miembros de su familia imaginaria.
Once hermanas secuestradas en un duelo mental que no tiene fin: dictadura, esclavitud, muertes, funerales, invasiones escandinavas y otras plagas bíblicas. Sólo una criatura, Bruna, tiene la clave para derrocar ese espacio mental, pero, mientras no llega de su forzado exilio, su Madre reimagina su vida a ritmo de fanfarrias balcánicas. Nada funciona en su cabeza desde ese abandono. Un ejercicio personal de escritura espontánea de lo poderosamente absurda que puede ser la mente y lo tragicómica que puede ser la vida, según las decisiones que una madre tuvo que hacer a regañadientes, el día que nació el autor.
Una mujer perdida en algún rincón de su propia memoria espera la llegada de un bebé del que no ha podido despedirse. Mientras, revive episodios dramáticos de su vida y da vida a sus miedos, que a base de coexistir con la mujer que las creó se han convertido en miembros de una especie de familia.

Déjà Vu es un regalo que nos hemos hecho mutuamente las actrices, mis ayudantes y un servidor. No es habitual escribir un espectáculo de payasos, cómics o excéntricos. Sí lo es escribir números, entradas, gags, escenas. Tradicionalmente, los payasos han formado parte de espectáculos de circo o varietés, donde el hilo narrativo no suele ser importante, y sí lo son los personajes y las posibles entradas. Menos habituales son los espectáculos de payasas. Es cierto que las hay, y muy buenas, pero cuesta encontrar un espectáculo con una troupe de mujeres payasas, maquilladas, dispuestas a hacer reír, poniéndose en ridículo. Por suerte, el humor tiene cada vez menos fronteras de género, y es más fácil apostar por mujeres y payasas. Imagine el circo de «Clowns«, de Fellini, plantado en una plaza. Lo vemos desde el desván desordenado de una casa donde viven las hijas de «La casa de Bernarda Alba«, de Federico García Lorca. Las once desperdician su vida recluidas, mientras el tiempo va agrietando las múltiples capas de maquillaje que recuerdan a la pobre Baby Jane de «What Ever Happened to Baby Jane?«. Pero un día reciben un regalo: una criatura. Tras buscar el instinto maternal en medio de tanto síndrome de diógenas, estas once perturbadas y su criada se inventan una fantasía: una nueva familia para la criatura, como «Trois hommes et un couffin«. Una niña que es un personaje clave, ausente e invisible, y que crecerá en torno a esta familia como lo hizo Truman de «The Truman Show«. Las once madres, o padres, o tías, o lo que sean, esclavas de la criatura, como «Las criadas» de Jean Genet, juegan, y crean un pequeño microcosmos fantástico, lleno de engaños y autoengaños, con normas poco convencionales, como lo hace la familia de «Canino» de Yorgos Lanthimos, que presagian un desenlace tan duro como la vida misma. Un universo decadente de sangre y miel, al son de trompetas y metales de música balcánica, con unos personajes ridículos, absurdos, ya la vez, oscuros y llenos de dolor, que nos harán reír por desgraciados, como hacían los de Emir Kusturika en «Underground» . Porque ver el dolor ajeno alivia nuestro propio dolor. Todo ello, por rendir homenaje a todas aquellas madres, que en un momento de su vida, consciente o inconscientemente, pierden a su criatura.
Martí Torras Mayneris